martes, agosto 02, 2005

Mi silencio

De niña siempre fui reservada, lo que mis profesoras jefes siempre llamaron "introvertida" en las libretas de fin de año. Y aunque es verdad que siempre he sido más tímida que el normal de la gente, yo tengo una explicación para eso, mi enorme y riquísimo mundo interior.

Crecí en una familia donde los cuentos estaban permitidos. Primero mi papá, quien siempre disfrutó contándome mentiras, como cuando me dijo que él había sido quien había inventado la canción "I'm singing in the rain", lo que me causó más de alguna pelea con mis amigas de esa época tratando de defender lo que en ese momento significada una verdad absoluta para mí.
Luego está la Bita, la abuela paterna. La casa de Maitencillo fue el lugar donde cada verano nos contó historias de fantasmas que aparecían y penaban, relatos sobre las muchas veces que hicieron espiritismo en aquel lugar y de las cosas extrañas que pasaban desde esos entonces. Más que miedo siempre encontré entretenido ser parte de todo eso, ser testigo de lo paranormal, aquello que nunca nadie ha podido explicar.
Por último está mi tata, el abuelo materno. Sin duda él fue el gran culpable de mi imaginación. Su casa en el campo, en Quebrada de Alvarado, era el lugar ideal para las historias. A modo de ejemplo puedo decir que la parcela tiene en su entrada un letrero que dice "Rincón del Duende", también en ella hay una enorme torre estilo medieval donde, por supuesto, siempre se nos dijo que vivían los duendes. Crecimos pensando que "Carpoto", "Quisicaca" y "Grumila" eran seres que realmente formaban parte del entorno y que aparecerían en cualquier momento para asustarnos. De hecho una noche vimos a Carpoto, estábamos todos en el living de la casa, alrededor de la chimenea y al otro lado del ventanal apareció, vestido de monje, sin la cara a la vista y caminando muy lento. En ese momento conocí el miedo, y mi hermano, quien era algo mayor que yo y el resto de los primos, quiso salir a pesar de nuestras súplicas para que no lo hiciera, casi llorando le decíamos que le podía pasar algo. Pero a pesar de todo él solo fue a enfrentarse al duende. Fueron los minutos más tensos de mi historia hasta que logró sacarle el gorro y dejar el rostro de mi abuelo al descubierto. Esa noche mi hermano fue el héroe.

Mi tata es escritor, de ahí la explicación a su imaginación. Él no sólo me dio mi mundo interior y su enorme capacidad de entretenerme sola, sino que también me dio el gusto por las letras. La primera vez que le comentaron que había heredado su pasión, se emocionó. Más tarde, para una navidad hace varios años ya, le regalé mis poemas. Claro que sólo los que más me gustaban, los cuales imprimí con letra bonita y de colores y anillé. Esa vez lloró. Sin duda uno de los hechos más gratificantes de mi vida.
Tal vez nunca escriba otro libro. Dicen que en la vida hay que plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Sólo me falta el hijo. Porque aunque mi libro no haya sido editado oficialmente ni leído por miles de personas, a mí igual me enorgullece.

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